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Los últimos días, o "Cómo el fin del mundo empieza en Barcelona" |
Pertenezco
a ese colectivo de cinéfilos (desgraciadamente reducido, afortunadamente en
aumento) que opinan que el cine español necesita una inyección de valor. Y en este
caso, la valentía no está, como suele ocurrir, en innovar. En un país en el que
los sectores culturales prácticamente censuran cualquier producto dirigido al
gran público, es de ser muy valiente atreverse a engendrar una obra que pueda
seguir de algún modo la línea de nuestros vecinos norteamericanos (los reyes en
elaborar productos para el consumo masivo). Y seamos sinceros. Ese cine que se
ha dado en llamar comercial puede no ser
muy profundo emocional o intelectualmente, puede no ser culturalmente rompedor
ni comprometido socialmente, pero es apto cuando el objetivo es el entretenimiento.
Y este tipo de cine suele generar más ingresos que ningún otro, pese a quien pese.
Como comentaba hace poco respecto a Grupo 7, me gusta que la industria española del cine
empiece a comprender que Alfred Hitchcock no estaba totalmente equivocado
con su visión de la industria cinematográfica. Los últimos
días se apunta a esta premisa poco explorada por nuestra gran pantalla al
emplear la temática apocalíptica, efectos especiales incluidos, y al intentar
venderse dentro de una nueva línea de producto made in Spain, con el
atractivo añadido de que el escenario es reconocible y cercano para el espectador
y la consecuente credibilidad que ese hecho aporta a la trama.
Queda claro que el film es atrevido en este aspecto, pero la idea, que aunque pueda parecer simple entraña
cierta complejidad, requeriría un tratamiento mucho más serio y concienzudo que
le aportase mayor verosimilitud. El guión es pobre, especialmente al cruzar el
ecuador de la película, y una historia que se construye desde un concepto
atractivo y un planteamiento interesante, empieza a caer por su propio peso
progresivamente hasta convertirse en escombros. Es una lástima la poca atención
que se ha prestado en el guión a los detalles, la lógica, la credibilidad y la
coherencia.
Visualmente,
sin embargo, David y Alex Pastor han acertado. El impacto que producen las diferentes
escenas apocalípticas en contraste con los recuerdos idílicos mayoritariamente protagonizados
por Marta Etura y ese ambiente sombrío son el principal atractivo de la película. En
cuanto a las actuaciones no son brillantes, pero son aceptables dentro de unos
personajes que tienen de base una definición pobre e inconsistente.
Lo
mejor: las imágenes de una Barcelona repentinamente abandonada por el ser
humano.
Lo
peor: que no se le haya dedicado más tiempo a dar coherencia a la trama y a los
personajes.